Este artículo me parece muy interesante. Aquí os lo dejo y, como siempre, la vía al final. Los comentarios no tienen desperdicio.
Es un estereotipo que se repite hasta la saciedad. Véase, por ejemplo, la serie documental sobre Einstein que recientemente ha producido National Geographic. En cierta escena se nos muestra al joven Albert como un rebelde que se aburre en clase; es el protagonista, el héroe. Quiere afrontar los grandes problemas del universo, pero sus profesores se empeñan en enseñarle termodinámica y geometría diferencial, entre otras minucias. Los profesores, autoritarios, avejentados, casi polvorientos, son los villanos; villanos de poca monta, además.
En contraposición con esos mediocres profesores que recomiendan leer a coñazos como Euler o Gauss, el joven Einstein usa su poderosa imaginación. Esta se manifiesta en forma de visiones místicas, de auténticas epifanías. Y, como es bien sabido, con gran éxito.
Como historia de ficción no está mal: nadie quiere ver una serie en la que el protagonista se pasa el 80% del tiempo delante de un libro abierto (en honor a la verdad, diré que esto sucede en otras escenas de la serie, que aprovecho para recomendar). Pero si uno ha pasado por una facultad de física resulta poco creíble. Poco creíble, pero paradójicamente familiar. En toda clase de primero hay un pequeño subconjunto de “flipados” que, como el Einstein de ficción, afirman no estar ahí para aprender cálculo y álgebra, sino para desentrañar los secretos del universo. Así, de entrada, en el primer cuatrimestre, antes de saber siquiera dónde queda la cafetería.